En muchas ocasiones escuchamos anglicismos y acrónimos que verdaderamente no sólo no aportan nada al contenido del mensaje sino que además, introducen un ruido en la comunicación que llega a convertirla en imposible.
¿Por qué se hace ésto? Pues no lo sé, la verdad, pero tengo varias hipótesis.
La primera es que quien suelta este tipo de vocablos quiere hacerse el “moderno”. Pues bajo mi punto de vista (discutible, como todo) lo que realmente consigue es manifestarse como un auténtico paleto. El español es un idioma muy rico y tiene palabras para nombrar absolutamente todo.
La segunda es que quiere darse importancia. Es que, a menudo, los mensajes en los que se introducen anglicismos y acrónimos inútiles son tan simples y su contenido es tan evidente que lo mismo, dicho en español, es una simpleza de proporciones bíblicas. Y claro, hay que convertirlo en importante. ¿Quiere, entonces, el emisor del mensaje disimular un cierto complejo de inferioridad? Pues quizás. No soy psicólogo por lo que baso esta afirmación únicamente en mi experiencia y un psicólogo tendría más herramientas para su análisis. Pero lo visto…
La tercera hipótesis es que no quiere hacerse entender. Quizás esta hipótesis sea consecuencia de la segunda. Si el receptor del mensaje lo acaba entendiendo perfectamente, puede empezar a pensar y a cavilar sobre cómo mejorarlo o cómo adaptarlo como una solución a un problema. Siendo así, el receptor se convierte en competencia directa del emisor. Y claro, no conviene.
La cuarta hipótesis podría ser reducir al receptor. Sí; a menudo, cuando el receptor no entiende al emisor, que introduciendo estos vocablos se sitúa en una posición predominante en el diálogo, el receptor tiene dos caminos: o se calla y asume una inferioridad inexistente, quedándose sin entender el mensaje, o pregunta. Esta segunda opción es la que más violenta al emisor, que se ve obligado a explicar y que muchas veces aprovecha para afianzarse en su situación de superioridad. Las explicaciones, en este caso, a menudo no son satisfactorias y el emisor vuelve a tener los dos mismos caminos. Lo recomendable: preguntar hasta una de dos: u obligar al emisor a explicarse para que se le entienda… o acabar obligándole a evidenciar su absoluta ignorancia. Ésto último es lo que casi siempre sucede.
No hay que tener miedo ninguno de preguntar cuando no se entiende, y menos aún cuando es evidente que el emisor está introduciendo vocablos (ruidos en la comunicación) para no hacerse entender. Introducir anglicismos y/o acrónimos inútiles, que también en muchas ocasiones tienen su origen en expresiones en inglés, no es necesario. Es más, hay quien tras soltar un acrónimo se queda tan pancho, aunque el acrónimo no sea conocido, y no explique su significado. Y, yendo más allá, incluso desconociendo su significado. Ésto, además, es una manifiesta falta de educación y de delicadeza.
Pero claro, como ahora se nos ha ido totalmente la pinza con el bilingüismo… Qué maravilla, ¡todo en inglés! Perdonen ustedes, pero no. De maravilla, nada. Se está comprobando que lo que muchos auguramos, cuando empezó la tontería ésta, se está cumpliendo. Los niños que estudian en coles bilingües no saben todo lo que saben los niños que estudian sus asignaturas en español, entre otras cosas, probablemente, porque los profesores no son bilingües. Y no me baso más que en la experiencia de ver las carencias de conocimiento con las que esos niños, ya mayores, llegan a mí, a la Universidad. Muchos profesores de coles que se exhiben como “bilingües” no tienen más que el nivel B1 de inglés (y a veces incluso menos o, simplemente, no han medido su nivel). Inaceptable para dar una clase.
¿Eso quiere decir que yo me opongo al bilingüismo? Vamos a ver, lee otra vez si estás sacando esta conclusión. ¡No! ¡Ojalá yo lo fuera! Pero bilingüe, desgraciadamente, no te haces estudiando mucho inglés o mucho de otro idioma: estudiando mucho empleas mucho tiempo, eso sí. Eres bilingüe si tu madre, padre o ambos son bilingües. Te llegas a hacer bilingüe si te pasas una buena temporada en el sitio en el que se habla esa segunda lengua. Y sólo siendo bilingüe se consigue dar una clase en condiciones en otro idioma. Otra cosa es que los niños te entiendan. Pero claro, hacer profesores bilingües, entonces, cuesta enviarlos a vivir una buena temporada al país en el que se hable esa segunda lengua y sustituirlos aquí mientras están en el otro sitio. ¿Caro? No sé, la cosa es que si se quiere que seamos bilingües para que demos las clases en inglés, tendrá que hacerse así, ¿no?
Claro que la opción más barata es ponernos a estudiar. Bueno, pues el saber sí ocupa lugar, entendido “lugar” en su acepción más amplia no sólo como espacio, sino también como tiempo. El saber ocupa tiempo. Y mientras se está estudiando una segunda lengua, no se está haciendo otra cosa. Si estudiar la segunda lengua está considerado dentro del tiempo de trabajo, vale, pero no es lo habitual. Cuando es así, si has dedicado mucho tiempo a estudiar esa segunda lengua, a la hora de presentar un Currículum habrá un espacio vacío que corresponderá a ese tiempo que dedicaste a estudiarlo y a los ojos de quien lo vea, no estuviste haciendo nada más que tener un cierto nivel de ese idioma, con lo cual estarás en una manifiesta desventaja competitiva.
¿Y si, aún con todo, deseo aprender una segunda lengua? ¿Cuál? Inglés, no lo dudes. Y se te apetece una tercera, francés o alemán. Este es el orden. Mucho se habla de la necesidad de aprender lenguas como el catalán, gallego o el vascuence. La pregunta obvia es ¿para qué? ¿Para comunicarse en su pueblo? O sea, introducimos anglicismos y acrónimos en nuestro español para luego defender lenguas que hablan muy pocas personas y que no tienen absolutamente ninguna proyección fuera de su entorno. Cuando se buscan publicaciones de divulgación científica, el idioma que uno se encuentra, no es el catalán ni el gallego ni el vascuence; ni siquiera, si se me apura, el español: es el inglés. Llevando las cosas al extremo, si voy al médico, que haya gastado mucho tiempo de su vida en estudiar catalán, gallego o vascuence no me aporta ninguna confianza adicional en él. Sin embargo, si me ofrece confianza un médico si sé que siendo médico se ha seguido formando estando al día, leyendo y publicando (en español o en inglés).
Resumiendo: hablemos español. Y cuando tengamos que hablar inglés, inglés. No mezclemos. ¿Te imaginas que los ingleses o americanos introdujesen en sus conversaciones habituales vocablos en español? Ridículo, ¿no?
Y no seamos paletos gastando tiempo en aprender a dominar herramientas inservibles y obsoletas. A estas alturas de la tecnología, ¿alguien en su sano juicio gastaría tiempo en aprender a dominar el comportamiento de una máquina de vapor? ¿Para qué? Hombre, quizás si en una selva quieres sacar a una tribu del subdesarrollo y lo que tienes es una máquina de vapor, sí. Pero si no, lo que toca ahora, en el estado actual del arte y el conocimiento, es otra cosa.
Pues eso.